domingo, 13 de abril de 2008

GENES REPUBLICANOS (77 AÑOS YA)

Todas las noches se repetía la misma liturgia, al menos eso creía yo, se reunían alrededor de la mesa camilla mis abuelos, sus hermanas y sus maridos. En el centro, dominándolo todo, la radio, ese aparato arcaico, de madera barnizada con teclas y botones de porcelana, con una ventana de cristal ahumado, alargada, donde estaban escritas las mayores ciudades del mundo, colocadas por continentes, sobre las que se deslizaba la fina aguja del dial. Una preciosidad.

Algunas noches, sobre todo cuando no había colegio, me quedaba a dormir en casa de mis abuelos e, inevitablemente, me despertaba el sonido oscilante entre agudo y grave de la sintonización del aparato que rompía el silencio sacrosanto que mantenía mi familia, esperando impaciente que, de las entrañas de madera y lámparas, surgiera la voz. El sonido era de una calidad deplorable, entrecortado a veces y en otras se perdía y volvía dubitativo. Daba igual, estaba hablando La Pasionaria y yo les veía fascinado, en pijama, desde la oscuridad del pasillo.

Si alguien osaba hacer algún comentario o sólo toser, mi abuela, la matriarca, lo hacía callar con una mirada conminatoria; su incipiente sordera unida a la devoción que sentía por esa voz daban a sus ojos una extraña expresión, mezcla de emoción, furia y lágrimas contenidas por el orgullo. Todos los demás callaban y mi abuelo le pasaba el brazo por los hombros.

Una mañana no pude contener la curiosidad y le pregunté.

Se sentó conmigo en uno de los sillones de mimbre y me atusó el pelo. Me habló de los tiempos felices de La República, de la alegría que se respiraba por las calles, de su juventud, de la ilusión por la libertad, de cuando nació mi padre y... de La Guerra. De los bombardeos, de que pasaron tanta hambre que tenían que comer la carne de las mulas que mataban las bombas, del No Pasarán y de La Pasionaria, la mujer más valiente que había existido y de los Nacionales y todas las barbaridades que cometieron. Según avanzaba su tono de voz se iba haciendo más serio y su mirada más y más dura. Habían sufrido mucho y se reprimía sin éxito para no transmitirme la tristeza que le desbordaba.

Aquellas noches de La Pirenaica me marcaron y, ya de mayor, conocí la historia y también La Historia.

No viví La República pero cuando la tricolor se lleva en los genes, no es difícil saber por qué soy republicano.

Hay mucho trabajo por hacer. Nos merecemos la III República

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